El Evangelio presenta paradigmas intemporales que en época de Pascuas y en la coyuntura actual merecen ser recordadas. Así, para los autócratas desde hace dos mil años la pasión de Jesús atestigua en contra de la democracia, en la medida que el pueblo decidió la crucifixión de su salvador y no la del ladrón Barrabás, la cual aparece como el sistema que no siempre asegura la justicia y la verdad. En la medida que, en el Evangelio de San Juan (18 y 19) se describe el episodio de la crucifixión de Jesús, que a juicio de un jurista de la talla de Kans Kelsen, pertenece a lo más sublime y grandioso que haya producido la literatura universal; en la medida que simboliza los límites y las posibilidades de la democracia.
Así, cuando Jesús fue acusado de titularse ser hijo de Dios y rey de los judíos, el gobernador romano Pilato le preguntó irónicamente: “Eres tú, pues, el rey de los judíos?”. Y Jesús respondió: “Tú lo has dicho. Yo soy un rey, nacido y venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que siga la verdad, escucha mi voz”. Pilatos, hombre de una vieja cultura, agotada y por eso escéptica, le dijo: “Qué es la verdad?”.
Como no encontró respuesta, Pilatos se dirigió al pueblo judío y les dijo: “No encuentro ningún motivo para condenar a este hombre. Pues bien, es costumbre en la Pascua que yo les devuelva algún detenido. Quieres que les suelte al Rey de los judíos?”. El pueblo contestó: “A ése no. Mejor a Barrabás”. Barrabas era un bandido.
Jesús fue crucificado por decisión popular; con lo cual se dice poco del valor de la democracia como el sistema político que no se equivoque y se facilita argumentos a los defensores de la autocracia para denigrar a la democracia basada en la voluntad popular. Por eso, la democracia aún siendo imperfecta y basada en la voluntad popular mayoritaria, no se reduce a un asunto de cantidad de opiniones o votos; si no que la democracia ofrece a escala universal la esperanza de establecer un orden justo y verdadero.
Pero, la democracia ha sido entendida escépticamente por mentalidades a-morales que la consideran un medio para conseguir determinados fines, por ello pueden “disolverla” cuando no se ajuste a sus intereses. Asimismo, la democracia, ha sido asumida dogmáticamente por mentalidades fundamentalistas que buscan imponer su verdad absoluta. En ambos casos, los demócratas escépticos y dogmáticos utilizan la voluntad popular, pareciendo en muchos casos como ultra democráticos al utilizar la pasión popular en el sentido de Pilatos.
Pero, la acción de Pilatos no es la expresión de un demócrata, por cuanto, oportunistamente utiliza la voluntad popular del pueblo judío, sin valorar la vida de Pilatos o Barrabás. En el fondo lo que le interesaba a Pilatos era asegurar las exigencias del poder, mantener positivistamente el orden jurídico romano. Por ello, no hay que ser un demócrata para apelar al pueblo, si no que se puede ser un perfecto autócrata secundado por el favor popular.
Por eso, los gobernantes y en particular los dictadores de todos los tiempos han tenido la obsesión por el contacto directo con el pueblo. Hoy esa relación se construye a través de los medios de comunicación social, en particular de la televisión. Al punto que la política se hace o deshace a través de la televisión y de los sondeos de opinión.
El problema, como dice Popper es que “la televisión se ha convertido en un poder descontrolado, incluso desde el punto de vista político. Y esto contradice el principio de que en una democracia todo poder debe estar controlado”. En ese sentido, las grandes televisoras juegan un rol estelar en la vida política sobretodo en etapas electorales. Por eso, se ha criticado en la pasada campaña electoral la falta de pluralismo y equidad informativa de los canales de señal abierta.
La libertad de prensa nunca puede ser sustituida por la libertad de empresa; por cuanto, el derecho de información de los medios de comunicación, tiene como contrapartida el derecho a la información de los ciudadanos. Más aún, en una segunda vuelta electoral o ballotage, los contenidos mínimos de los programas políticos deben ser expuestos a la opinión pública del pueblo; salvo que exista un temor incontenible a la verdad y a la justicia del voto popular.
Sin perjuicio de ello, no olvidemos que la democracia es un sistema político perfectible; por lo que no presume de poseer la verdad y la justicia absolutas, pero tampoco renunciar a su búsqueda. Este pensamiento de la esperanza o posibilidad tiene como exigencia ética hacer de la democracia no sólo un fin, sino también un medio. Por ello, no hay camino político distinto a los resultados electorales, que nos permita llegar a un gobierno legítimamente democrático. Pero, la democracia “televisiva” parece cambiar la voluntad popular expresada en las urnas..
Ante esa perspectiva, no se trata de exaltar la capacidad del pueblo de no equivocarse a pesar de los límites del proceso electoral, sino ponerla en tela de juicio, no para condenarla, sino de fomentar su cambio hacia lo mejor. Esto significa darle sentido común a la democracia electoral, reconociendo a sus actores la capacidad para someterse a sí mismos a una evaluación para trascender y mejorar.
Por eso en estas Pascuas, antes de llegar a tomar decisiones irreversibles, sobre el caso Conga por ejemplo, el buen gobierno y la prudencia requieren de explorar hasta el último momento las alternativas que no sean irreversibles; es decir que, entre dos decisiones políticas, es preferible la que mejor garantice el mayor número de posibilidades presentes y futuras para la democracia peruana.
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